Historias mínimas

Dice Margaret Atwood que existen cuatro tipos de historias: las de gente ordinaria en tiempos extraordinarios; las de gente extraordinaria en tiempos ordinarios; las de gente ordinaria en tiempos ordinarios y las de gente extraordinaria en tiempos extraordinarios.

Al intentar ubicar mis preferencias según esta clasificación, me he dado cuenta que las historias que más me han conmovido últimamente no les suceden a personajes extraordinarios ni tampoco se sitúan en contextos extraordinarios. Más bien les suceden a gente ordinaria, como tú y como yo, que viven en un mundo fácilmente reconocible. Historias mínimas, que diría la crítica.

Pienso por ejemplo en La edad deldesconsuelo, de Jane Smiley, en la que un treintañero, casado y con tres niñas pequeñas, cuenta su primera crisis matrimonial. O en No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos, en la que estudiante mexicano consigue una beca en la Barcelona actual y se pasea por el campus de la Universidad Autónoma. O en Cómo dejar de escribir de Esther García Llovet, en la que el protagonista necesita acabar el libro que está escribiendo para recuperar su vida real.

Las tres novelas hablan de gente ordinaria en tiempos ordinarios. Y con eso les basta para atrapar al lector y meterlo en un mundo perfectamente verosímil que sin embargo no es real, es ficción. Eso es lo que más me ha gustado de estas tres historias mínimas: que primero te despistan y luego te sorprenden.