La cara B del Coronavirus (II)

Él, conoce muy bien los entresijos de los medios de comunicación. Yo, me irrito cada vez que veo cómo anuncian el número de víctimas del Coronavirus como si fueran unas cifras nunca vistas. El año pasado 15.000 personas fallecieron en España a causa de la gripe y 50.000 tuvieron que ser hospitalizadas. Lo he contactado para que me lo explique. De mi entrevistada anterior aprendí que lo interesante es el mensaje, no el mensajero. Le propongo mantener su identidad en el anonimato. No se lo esperaba. Es la primera vez, me dice. Siempre hay una primera vez, le contesto. Sonríe, duda, se lo piensa. Finalmente acepta mi propuesta.


¿Qué le parece la cobertura informativa del Coronavirus?
Déjeme responderle a esa pregunta a la gallega, es decir, con otra pregunta: ¿Sabe usted quién paga el sueldo de la mayoría de periodistas y tertulianos de este país?

No
Los medios de comunicación no son ni pequeñas ni medianas empresas. Forman parte de grandes grupos empresariales. Dígame un canal de televisión cualquiera.

Tele 5
Pertenece a Mediaset, que forma parte a su vez del grupo Finivest, propiedad de Berlusconi.

Antena 3
Pertenece a Atresmedia, igual que La Sexta y Onda Cero.

¿Y?
Los principales canales de televisión y más del 50% del mercado de los medios de comunicación españoles están controlados por tres grandes grupos: Mediaset, Atresmedia y PRISA. Sus accionistas no son ciudadanos de a pie, sino grandes corporaciones y la banca nacional e internacional.

Le sigo
Su interés principal, como es lógico, no es ofrecer información de calidad sino velar por sus intereses económicos, que no suelen coincidir con los de la mayoría de la población.

¿Esto pasa sólo en España?
No, responde a un fenómeno global. Una veintena de grandes conglomerados empresariales controlan buena parte de la información y la opinión publicada a nivel mundial.

Volvamos al tema del Coronavirus. ¿Cómo influye eso en la manera en que se nos están contando los hechos?
Los medios de comunicación no son un agente externo a los intereses de estos grupos. En realidad, son una herramienta a su servicio. Tanto es así que existe una línea roja con la que tarde o temprano topará cualquier periodista que quiera informar al ciudadano de algo que a ellos no les convenga que se sepa.

¿Eso no es censura?
Es algo que está tan interiorizado en la profesión que se podría llamar ya autocensura. Tenga en cuenta que el sector de la comunicación fue uno de los más castigados en la crisis del 2008 cuando decenas de empresas tuvieron que cerrar o fusionarse y miles de periodistas se quedaron en la calle. El índice de paro en el sector se disparó. A pesar de la explosión de nuevos medios digitales, los que pudieron mantenerse y salir adelante son la excepción que confirma la regla. La crisis del 2008 dejó al sector en una posición muy delicada de la que no se ha recuperado. Piense usted que la mayoría de los profesionales de la información tienen nóminas muy modestas, por no decir precarias. Tienen alquileres que pagar e hijos a los que mantener: no están libres del miedo a quedarse en la calle. Y eso, como comprenderá, afecta a la libertad con la que se enfrentan a su trabajo.

¿Quiere decir que los periodistas no nos cuentan lo que quieren, sino lo que pueden?
Cuando se trata de asuntos que afectan a los intereses de los medios para los que trabajan, hacen lo que pueden. También hay que tener en cuenta otro factor determinante: el periodista está sometido a una tremenda presión por informar rápidamente sobre lo que está pasando. Esa urgencia es sin duda un gran impedimento para transmitir información de calidad. A menudo el resultado final son piezas informativas que se centran en lo anecdótico y sirven para llenar minutos de grabación pero pasan por alto lo fundamental. Es decir: mucho ruido y poco rigor.

¿Cómo afecta eso al tratamiento informativo del Coronavirus?
La tendencia principal en los medios ha sido magnificar su peligrosidad alarmando sobre un posible contagio masivo y generando noticias de impacto sobre el colapso sanitario. En el caso de la televisión lo puede comprobar con facilidad: los programas dedicados a ofrecer análisis en profundidad o generar debates críticos son poquísimos. En cambio abundan las horas dedicadas a programas de tinte alarmista: Ana Rosa Quintana (Tele 5), Susana Griso (Antena 3) y Antonio Ferreras (Las Sexta).

¿No es cierto que existe el riesgo de colapso sanitario?
El sistema sanitario español hace años que no puede dar respuesta a toda la población. Según datos de la OCDE en España la sanidad pública dispone de 3 camas por cada 1.000 habitantes. Más o menos igual que Italia. En Alemania, en cambio, hay 8 camas por cada 1.000 habitantes. El colapso sanitario no es una situación nueva. Los sindicatos médicos y los profesionales de la sanidad llevan más de una década alertando de la gravedad de los recortes en infraestructuras y personal sanitario.

Dicen que si nos infectamos todos, muchos morirán por no poder ser atendidos. Si toda la población se contagia y el 15% necesita hospitalización no habrá sitio para todos.
Es mucha gente si tienes pocas camas. Este es el punto clave. El problema no es el Coronavirus, es el capitalismo salvaje, que se rige únicamente por intereses económicos. Fíjese cómo cambiaría el enfoque informativo si en lugar del recuento de las víctimas del Coronavirus, los medios se dedicaran a informar con el mismo ahínco de las nuevas camas que el Gobierno está poniendo a disposición de la población, o de los hospitales cerrados que existen en España. La atención se centraría entonces en  las soluciones al problema real. Sin embargo fíjese en lo que ha sucedido: se han lanzado de cabeza a un tipo de sensacionalismo que busca generar una única reacción en la sociedad.

¿Cuál?
Miedo.

¿Por qué quieren asustarnos?
Una persona asustada no razona.

Le sigo
Una vez que el miedo cala en la sociedad, se genera una enorme presión sobre el Gobierno para que ofrezca una solución urgente y al mismo tiempo se predispone a la población a aceptar medidas totalmente inaceptables en cualquier otro contexto. ¿Aceptaría usted perder su trabajo y quedarse encerrado en su casa durante 15 días, que ya son 30, si no pensara que su vida o la de sus seres queridos corre peligro?

No.
Y ya ve: asistimos a un secuestro colectivo sin precedentes. Las medidas recogidas en el decreto de alarma aprobado por el Gobierno suponen un gravísimo recorte a la libertad de las personas y sin embargo han sido aceptadas por la población sin recibir apenas críticas por parte de los medios.

¿Insinúa usted que deberíamos cuestionar las medidas adoptadas por el Gobierno?
Por supuesto. Ahí es donde se ve la salud de los medios de comunicación. Su papel consiste en alertar a la población de posibles atropellos, tanto más en los momentos de crisis porque es cuando pueden producirse recortes y retrocesos para la sociedad que después cuesta mucho recuperar. Y sin embargo fíjese: las consecuencias económicas, emocionales y mentales de estas medidas, así como la pérdida de libertades básicas a las que estamos siendo sometidos, no se están analizando de forma crítica en los medios.

¿Por qué no?
A las grandes corporaciones que los controlan esta situación no les viene nada mal: por un lado van a salir reforzadas de la crisis que va a provocar esta parálisis y por otro, como esto funciona a escala mundial, supone un freno para el auge de movimientos sociales multitudinarios que en los últimos meses se habían lanzado a las calles para reclamar una sociedad más justa. Al hilo de eso, me parece conveniente preguntarnos si el riesgo de contagio justifica el excesivo control policial al que estamos asistiendo.

¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie?
Lo que los medios no hacen: mantener una actitud crítica con las medidas que se nos están imponiendo y cuestionar su necesidad real. ¿A usted le parece que una persona que sale a correr y que no está poniendo en riesgo la vida de nadie merece ser reducida como si fuera un criminal? Algo estamos entendiendo muy mal si creemos que el enemigo es nuestro vecino. Le recomiendo escuchar atentamente a las voces que ya están lanzando un grito de alarma en ese sentido. También que lea lo que se está publicando en medios digitales más modestos que no están sometidos a intereses económicos ni responden a presiones políticas.

¿Es usted optimista?
Sí y no. Por un lado nos encontramos con que los grandes medios están controlados por grupos empresariales pero por otro, cada vez más gente se está dando cuenta de la manipulación y busca otras fuentes de información. En ese sentido Internet y las redes sociales pueden jugar un papel importante. Pero ojo, las redes son un canal, lo importante sigue siendo el contenido. En Internet hay información veraz y rigurosa y también hay fake news. Es importante no dar por válido todo lo que llega a nuestras manos.

¿Algún consejo para distinguir el grano de la paja?
Huir de los discursos alarmistas y de los conspiranoicos. Hacerse preguntas, contrastar informaciones, preguntarse a quién le interesa que esa información circule y ejercitar el arte del buen debate. Necesitamos una sociedad crítica, no una sociedad asustada. Si usa esta información para añadir más miedo al miedo, no le servirá de nada. En cambio si la usa para hacerse preguntas, le será muy útil.

¿Para qué?
El miedo impide razonar. La duda, en cambio, fomenta el sentido crítico. Una mente que se hace preguntas no es tan fácil de manipular.

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Siguiente entrevista: La cara B del Coronavirus (III)